“Hace tiempo un poeta estampó en una pared algo que decía más o menos así: “Amelia se escapó para siempre con el fantasma tenaz”. Lo que nunca se escribió, fue la historia de la hermana de Amelia que también se había enamorado de un fantasma, que no resultó tenaz, sino caprichoso y voluble.
Un día venía, otro no, una semana desaparecía, ¡un mes desaparecía!…y ella esperaba, callada, estoica, hasta que decidió que todas esas ilusiones viejas debía ponerlas en un bolso junto con una botellita de agua, luego compraría unos bizcochos y después subiría a un lugar muy alto para echarse a volar con sus sueños.
La historia quedaría incompleta de la hermana de Amelia, si no se agregara que, efectivamente, el bolso estuvo en juego, la botella de agua también y los bizcochos …fueron determinantes para que no buscara las alturas. Estaba en un kiosco pagándolos, cuando oyó la voz de barítono del fantasma voluble, que se acercó diciéndole al oído:
“Alma, no entornes tu ventana al sol feliz de la mañana / No desesperes, que el sueño más querido es el que más nos hiere, es el que duele más / Vives inúltimente triste y sé que nunca mereciste pagar con pena la culpa de ser buena, tan buena como fuiste por amor”.
En ese momento se sintió Rosita Melo componiendo el vals que le estaba saliendo del alma. El fantasma voluble seguía recitando y ella lo escuchaba con tristeza y gozo, tal como lo escuchó Rosita a Víctor P. Vélez cuando compuso la letra.
Como pudo, guardó lo que había comprado. La conmoción le impedía actuar con lucidez. El fantasma se interponía en su visión hasta que desapareció detrás de un árbol. Corrió para ver si lo alcanzaba, pero no pudo. Seguía en sus oídos la canción en forma de despedida: “Fue lo que empezó una vez, lo que después dejó de ser…”
Llegó a su casa, el gato se había subido a la mesa y la esperaba sentado, atento, como una talla en granito gris, testigo impertérrito de su desolación. Mientras dejaba el bolso en el sillón, vió como unas ilusiones nuevas se atropellaban por salir. Parece ser que después de un tiempo, también se escapó, pero con un fantasma al que llamaban El Duende Burlón. No se sabe si fue para siempre…”

 

Texto: Carlos A. Quevedo.
Fotografía del autor: gramófono en Gran CAFÉ GARDEL 
– Av. Entre Ríos 796 – CABA

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