“La aventura y la palabra, la vida y el lenguaje se confunden y el metal que surge de su fusión es el destino”
La Aventura – Giorgio Agamben
“Hace un tiempo les contaba a unos amigos que había un tejedor de tapices en Santa María, Catamarca, que se llamaba Soria. Él vivía en un cerro y tejía en retiro, aislado de la gente.
Todas sus piezas, ya sea en un costado, al final o al principio, presentaban una característica: tenían algún fleco libre, como mal terminado. Cuando se le preguntaba la razón de esos flecos, contestaba invariablemente: “las cosas perfectas sólo las hace Dios”.
En la soledad total de este hombre se conjugaban varias soledades: la filosófica, la contemplativa, la del conocimiento de la naturaleza y la creativa.
Dicen, los que lo habían conocido de joven, que había estudiado en Córdoba y que antes de volver a Santa María había estado en la Sierra Nevada de Santa Marta – Colombia. Esa gran estrella de agua donde nacen muchos ríos lo había cautivado. Cuando fue a firmar los papeles por la finca de olivares heredada, lo vieron como ensoñado, en otra dimensión. La venta de aceitunas la fue delegando poco a poco en un ayudante y él se dedicaba cada vez más a estar en el cerro, en un lugar que era mitad rancho y mitad cueva cavada en la roca. Su soledad creativa la plasmaba en los tapices, la filosófica bajaba con él al pueblo cada mes y las otras las satisfacía ampliamente entre el sol y las estrellas.
En la casa de la finca, siempre hablaba en voz baja mientras se ocupaba de los asuntos domésticos. Decía que su principal objetivo era tener lo suficiente. Los que lo trataban le preguntaban con picardía cuánto era éso y él decía: “lo suficiente para poder cumplir con la aventura de soñar”. En esa aventura transcurría su vida y de ese sueño no iba a salir jamás, porque él era eso, un sueño. La aventura lo había hecho suyo.
Todos los meses, mientras don Soria decía estas cosas, en la finca lo ayudaban a subir al burro con su carga de lana rumbo al cerro. Al rato, hombre y animal se esfumaban en el paisaje…”
Texto: Carlos A. Quevedo
Fotografía: tapiz en la Casa de Catamarca – Buenos Aires – 2019